Así que éramos todos ilegales”.
Ahí comenzó la concientización: no por lecturas sobre la libertad o los derechos, que no los conocíamos (al menos yo), sino a fuerza de cansancio de la persecución de cada fin de semana. Desde esos años yo aprendí que no podía entrar a un lugar sin saber cuál era la puerta o ventana de escape. Un grupo de amigos comenzó la lucha para terminar con esa persecución. Nuestro centro de inspiración y cuartel de guerra era un bar hetero de artistas, músicos y progresistas que quedaba al otro lado de La Mariscal (el lado bueno). Ese bar era El Pobre Diablo. Ahí nos reunimos y nos organizamos. Yo no fui de los grandes, los grandes fueron todos los demás. Recolectábamos firmas y luchábamos por el reconocimiento, no del derecho al matrimonio o cualquier otro, sino para que simplemente dejen de meternos presos por ser lo que somos.
Yo estaba en otras luchas políticas y como tal, los conocía a todos y todos me conocían. Eran los años del “Don’t ask, don’t tell”. Cuando se da la primera reforma importante del Código Civil, casi todos los intelectuales, profesores universitarios y progresistas de toda tendencia, acordaron eliminar el artículo 516 inciso primero del Código Penal del Ecuador. El alcalde de la ciudad, se reunió conmigo y me dijo: “¡yo sé que tú y tus amigos se están organizando y lo mejor para que esto pase es pasarlo callado y lo van a lograr!, pero ayúdennos a no levantar la polémica”. Yo estuve de acuerdo y lo conversé con los que pude. Unos estaban de acuerdo y otros no. No los juzgo porque ellos tenían razón, pero la estrategia propuesta por estos líderes políticos e intelectuales logró pasar la reforma penal y ya no nos apresaban más. Luego, yo ya me fui a los EE.UU. y los demás siguieron esa verdadera lucha que es por los derechos fundamentales y nuestro justo reconocimiento. Les agradezco infinitamente. Yo hice lo que pude y no lo mejor que pude.
No éramos muy orgánicos, pero tampoco anarquistas; por eso, esto no es una historia sino mi testimonio. Por más que fui perseguido, discriminado, intimidado y algunos hasta trataron de humillarme (cosa que nunca lograron), este artículo es solo mi vivencia. Gay significa ser alegre y es lo que significó para mí desde esa primera noche que fui al bar de Ana María y conocí El Hueco con grandes amigos de la vida. Yo fui un hijo del privilegio desde ese día que mi madre conoció a Fausto; y con profundo dolor y respeto rindo un justo homenaje a todos aquellos que como esa noche de redada quedaron atrás mío. Les pido su perdón: hermanos y compañeros.
Redacción Vistazo
Autor: Roberto Izurieta