La caricatura que todos hacemos de todos quiere que el machismo sea patrimonio exclusivo de los latinoamericanos. Quienes nos lo atribuyen olvidan a nuestros maestros los turcos, árabes, japoneses, italianos: baste recordar que los movimientos de emancipación o liberación de la mujer jamás cobraron entre ellos el vigor que siguen teniendo en otras sociedades. Mas de la caricatura, como de la calumnia, algo queda, y es para siempre; nadie nos quitará el descrédito creado quien sabe por quién, a más de nosotros mismos.
Pero semejante confusión histórica y geográfica aparte, si parece más nuestro ese prototipo de “macho”, que poco tiene que ver con el machismo. Para comenzar, no sigue un comportamiento, sino que ofrece un espectáculo que, por su propia naturaleza no es ni puede ser constante sino intermitente u ocasional: el macho adopta su actitud de bravucón cuando puede exhibirla, necesita de un público ante el cual lucirse, tal como el que ofrecen los espectadores de una riña, los miembros del Congreso Nacional, los consumidores de televisión. Y como si esa actitud correspondiera a una falta de virilidad física y hasta moral, ciertos políticos - los libaneses y los de la Costa no son los únicos, pero entre ellos se los encuentra más comúnmente llevando a su ámbito una actitud de origen popular - tienen una curiosa necesidad de proclamar e insistir. con demasiada frecuencia, en que son “muy machos”, “muy hombres”, que adoptan “actitudes viriles” - en oposición a sus rivales, que son, no faltaba más, “homosexuales”.
Basta ver en cada campaña electoral lo que escriben en las paredes de la ciudad: - “Con los pantalones bien puestos” - Olvidando que hoy en día también los llevan las mujeres- y que se los encontrará en cualquier terreno, - “Como varón”- aludiendo fundamentalmente su disposición para el puñetazo, el puntapié o el disparo.
(Un eterno aspirante a la presidencia de la República ha declarado, quizás para demostrar sus aptitudes para el cargo, que un presidente debe tener “cerebro, corazón y solvencia testicular”, a la que, en su caso, se añade, además, una solvencia mingitoria.).
Por eso nunca dan a nadie la sensación equivocada de que se trata de hacer alarde del conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo, que es la primera definición de sexualidad. porque semejante reiteración de hombría y otras formas de propaganda, que solo por error puede parecer sexual, hacen pensar, antes que, en un
exceso, en una falta de atributos: ¿es que, si no lo gritan, si no lo exhiben- un juez de Galápagos, ebrio, se desnudó en el salón principal de un buque escuela ante varias personas-, si no lo repiten no se advertir que “son muy hombres”, físicamente hablando, que es lo que les interesa?
Nadie proclama a los cuatro vientos, que es muy inteligente: hacerlo sería su propia negación.
De ahí, también, que nadie asocie el “macho” con el amor, ni siquiera con la lujuria: ante su fanfarronada de guapo y su relación con la mujer no hay más nexo que la ostentación de su capacidad para conquistarla únicamente en tanto que “buen puñete”. El “macho” no es un seductor, ni un amante afortunado, ni siquiera un semental, sino el que vocifera puesto que el grito sustituye en él a las ideas, el que aguanta el dolor (“como macho”; por eso, en una situación similar, se dice de la mujer que es “muy macha), castiga la ofensa (“como hombre”), rechaza la solidaridad o la ayuda, porque se basta por sí solo: en eso, únicamente en eso, pues le falta coraje para lo demás, se asemeja al “llanero” o cualquier otro cowboy, siempre solitario. Consecuentemente, no representa a nadie sino a sí mismo: ése es su “valor”, la condición misma de su hombría, y eso es el cacique político, que colma su soledad y su vacío de individuo con palabras llenas de significado colectivo: habla del pueblo, de la patria, de los pobres. Siguiendo ese punto de vista, la brutalidad en grupo de las bandas o pandillas, generalmente de jóvenes - así comenzó en Alemania el fascismo-, demostraría que están formadas por machos venidos a menos o que no llegaron a serlo enteramente: de machos cobardes, en el fondo, aunque solamente en apariencia sea una contradicción de principio: en muchos casos el provocador termina por mostrar su cobardía. Porque esta resulta de la unión del machismo y el poder, cualquier clase de poder - se trate de un obscuro secretario de la Administración o del matón o delincuente urbano, del ministro cerril o de su guardaespaldas, del chofer de autobús o del policía sobornado-, igual que la estolidez que muestra sus uñas en el racismo, el regionalismo, la agresividad gratuita, la ironía idiota.
Nadie, ni siquiera él asocia al macho con la masculinidad: le falta inteligencia para eso, no tiene nociones de ética ni de pensamiento, no puede reconocer en sí mismo rasgos o atributos que suelen existir también en el prototipo femenino: su brutalidad se ejerce además, y hasta de preferencia, contra la mujer, lo que para él no menoscaba sino que estúpidamente reafirma la autoapreciación de su valentía: ha demostrado que sigue siendo el que manda, aunque para ella sea ésa, más que cualquier otra, la expresión acabada de la cobardía, por lo que lo llamará sin más “maricón”
Entre abril de 1994 y octubre de 1996, se formularon más de 23.000 denuncias por agresiones contra las mujeres entre las que el maltrato físico y psicológico alcanzó el 87 por ciento, mientras que el sexual superó el tres por ciento”. Entre los agresores, todos machistas, y además machos, figuran los trabajadores informales, empleados asalariados, profesionales, así como policías y militares quienes no gozan de fuero alguno si son citados a las Comisarías de la mujer.
Según el Centro de investigaciones de la mujer ecuatoriana, el 73% de mujeres son golpeadas por sus cónyuges; de ellas el 37% son golpeadas por lo menos una vez al mes y, en algunos casos, diariamente: el 12% asegura n que fueron agredidas sin motivo alguno; el 54% de mujeres maltratadas presenciaron escenas de violencia doméstica en su infancia, el 78% recibieron golpes cuando eran niñas; el 17% huyeron de sus hogares, por razones de violencia, en su infancia.
Es evidente que estos datos no comprenden a las indias, puesto que no acuden a tales oficinas ya que la justicia, inclusive ésa, la imparten y administran, en español, blancos o casi, y porque, con un lugar común como ejemplo de sometimiento, suelen justificar el maltrato diciendo: “Para eso es marido: para que pegue” (Asunto que fue enseñado por los religiosos católicos a los indígenas, cuando estos, que también creen en un Dios machista, llegaron por estas tierras).
El macho ignora que “la relación sexual es el acto más íntimo y bello entre dos seres”, según decía el romántico Karl Marx. Por el contrario, incurre en el exhibicionismo torpe, sombrío, sórdido - y la jactancia denota. ¡Además o ante todo? su desprecio de la mujer,
tratando de recompensar la incapacidad de erotismo con la proclividad a la pornografía.
(Sería interesante analizar los motivos secretos que llevaron a algunas autoridades secundarias de la Municipalidad de Quito, ayudadas por señoras muy diligentes, a tratar de prohibir el Primer Festival de Erotismo en diciembre de 1998).
Aunque las confesiones de Alfredo Adoum, ministro, evidentemente de Bucaram, recogidas por todos los periódicos del país, son harto conocidas, cabe reproducirlas como muestra de lo cotidiano del lumpen erigido en exceso y de la prolongación oficial que puede tener un comportamiento generalizado en los sectores que la integran, como se desprende de las denuncias en las Comisarías de la mujer y la familia: “Hubiera querido vivir en esa época de las cavernas. La mujer que me gustaba la cogía del moño y me la llevaba a la cueva y me la comía. Satisfacía mis apetencias sexuales y mis apetencias biológicas, porque en esa época se comía a las mujeres en ambos sentidos”. (En la misma ocasión hizo un autorretrato: “A veces digo que la única diferencia entre el hombre de Cromañón y Alfredo Adum es la ropa”).
A diferencia de la caricatura mexicana que puede servirle de modelo - la argentina, después del apogeo del compadrito exaltado por Borges, es más bien verbal y está, en parte, desmentida por el llanto del varón en el tango a causa de la mujer, trátese de una percanta o de una bacana- , el “macho” va usualmente desarmado, mas cuando es dirigente político- y aquí el cacique es el macho por excelencia o el diputado que lleva consigo una pistola, revólver, látigo o arroja a la cabeza de otro lo que encuentra a mano, sea botella o cenicero, como rúbrica de sus amenazas. Pero se acobarda ante las “barras” que no han sido llevadas por su partido, y no es raro que vote como ellas exigen cuando se trata de la modificación, sin otro argumento que su gritería, de algún proyecto de ley.
Curiosamente, no se encuentra un estereotipo femenino opuesto al macho. Sería, en principio, la hembra, pero el término tiene connotaciones referidas casi exclusivamente al cuerpo, más aún cuando se habla de una “real hembra”, lo que podría desvirtuar el modelo, ya por una actitud despectiva, ya por una exaltación de orden sexual. No es imposible que el macho se jacte de tenerla: “Mi hembra” significa mucho más que “mi mujer”: Entraña triunfo de la conquista, la ostentación de la propiedad apetecida por todos los de su calaña y cierta garantía de independencia que de algún modo pierde, pese a hacer alarde de su libertad, el marido respecto de la “esposa”, lo cual no sucede con la amante o “concubina”.
Para el “macho”, y para gran parte del país el arquetipo de mujer reúne cualidades de “decente” en el sentido de recatada sexualmente, sumisa, sufrida y, sabido es que se le han atribuido tradicionalmente las tareas de madre, esposa o hija. Pese a ello, en las reuniones sociales, prácticamente de todas las clases sociales, subsiste hasta hoy entre hombres y mujeres la costumbre de formar grupos separados. Un criterio machista lo atribuía al hecho de que las mujeres no podían participar en conversación de los varones, sobre todo fútbol, política, arte, literatura, como si a todos los machistas les interesa la cultura.
Pero semejante explicación o excusa no es válida cuando en el grupo de mujeres hay profesionales o funcionarias de mayor rango que su marido: son aquellas de quienes, por ser inteligentes, el machismo dice que “parecen hombres.”
Si todos los defectos del poder: absolutismo, despotismo, nepotismo, irrespeto a los derechos humanos, corrupción desmesurada, etc, parecieron exacerbar en un gobierno derrocado por un número de voluntades mayor que el de sus electores, ello se debe a que en sus integrantes, colaboradores, asesores, sirvientes y esbirros se exacerbaron también los atributos del “macho”, tales como la inmoralidad, la fealdad de espíritu, la obscenidad, y una sexualidad sucia. Tal es el punto donde se juntan la sordidez con la vulgaridad, las agresiones contra la ética y la estética.
Qué pensar de ese candidato presidencial tenaz cuyo más profundo análisis ideológico de sus adversarios políticos fue decir, de uno, que - tiene testículos más pequeños que los suyos” y de otro, - que su esperma es aguado - sin que nadie le hiciera notar porque él sabía eso.
Tampoco relacionan con toda esa basura sexual el gesto obsceno del típico macho, con aquel jefe de Estado que afirmó que “le gusta las negras de esmeraldas con las cuales mantiene romances de burdel”, y presumió al levantar el borde de la falda de la candidata a la vicepresidencia, mientras preguntaba a los electores potenciales - ¿Verdad que tiene lindas piernas?
Igual que el escándalo suscitado por un ministro, aprovechado la aglomeración de fanáticos de un cantante español, por la pérdida de unos calzoncillos, agregando que seguramente los habrá robado un homosexual, y el mismo dijo a los periodistas que - eran defensores de los gays”. Para estos políticos meter presos a los gays, torturarlos, les da la categoría de ser “muy machos”.
Para Ernesto Sábato, el sexo es una forma de poder, pero el poder político o económico generalmente es ejercido por los varones. Mientras que las mujeres se convierten más en un atractivo sexual, en el cual son conducidas a la obediencia o a la dominación.
Tomado de ECUADOR, Señas particulares de Jorge Enrique Adoum.
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