jueves, 16 de diciembre de 2010

DESCUBRIR EL AMOR HOMOSEXUAL DURANTE LOS PELIGROSO AÑOS 80



A lo largo de la arboleda los muchachos se flanean; senados sobre las bancas un grupo se ríe a carcajadas.  En la oscuridad, una posible pareja juega al escondite; tras un matorral un muchacho expone su virilidad en busca de más virilidad. Las sobras protegen a las almas atrevidas que salen de sus rincones y copan El ejido para hacerse un ligue y seducir un nuevo amante, para explorar la posibilidad de encontrar el amor en un baño público. Cerca de la Noche, un joven se quita el uniforme del Colegio Mejía para no ser reconocido.
Descubrir el amor homosexual es encontrarse con la nada, con espacios negados, ocultos, clandestinos como principio. Ahí, en el no saber el lugar del afecto, de la dulzura; ahí, donde el ojo ensaya la mirada que desnuda al contenedor amoroso; ahí en la intensidad del sexo fugaz donde el encuentro causal es posible, la vida se vuelve verosímil. En medio de ningún lugar, asoma la creación de un mundo paralelo. Ahí ocurre la lucha cotidiana contra la prohibición de los afectos, contra la dominación cultural que propone un horizonte reducido, al imaginario de lo ciudadano propietario, lo masculino, lo blanco, lo heterosexual, aquel que puede procrear un  tipo de familia, de sociedad, de moral.
LA BOHEMIA MARICONA DE QUITO.

Para finales de los años setenta y principios de los ochenta, existían ya el Camelot o Footloose, el Sausalito, bares de “ambiente”, éste ultimo administrado por una vedette de cabaret que se hizo de un grupo de amigos homosexuales que a la vez eran sus clientes. Otros sitios eran los cines pornográficos,  el Granada, el Holywwod – o pulga en butaca- , el Alhambra, el América – o Ratas club - . El cine Metro.

La gente más adulta iba al sauna la Cascada o al Candy – un hotel donde se  fingía ante el dueño que el acompañante era un primo, un amigo, o un pariente. – También estaban los videos – clubs, cuartos oscuros con proyector y pantalla. Todos sitios homo-eróticos, de licencia sexual, donde los dueños se hacían de la vista gorda. Todos sitios de las artes del cortejo ocurrían con inmediatez, se adaptaban a la estrechez de los tiempos.
El Hueco empezó en un garaje, ahí se reunían y se reúne toda la mariconería quiteña de distintas edades. Ahí los grupos de amigos marcan sus territorios, fronteras de clase que disciernen entre gays amanerados de élite;  entre jovencitos clasemedieros o atractivos cacheros ( joven que entablan  relaciones sexuales a cambio de dinero, de  favores o especies), entre travestis – rubias dueñas de peluquería que usan corsé e imitan a Madona y; transexuales – cholas que se paran en las esquinas en busca de un cliente.  Nadie se puede salvar de la rígida jerarquía delimitada por el color de la piel, el dinero, la educación, el linaje; de la distinción hecha por los valores más generales que participan en la configuración de las identidades sexuales.
La historia quiteña es en realidad la de sus prácticas morales, adiciona y entreteje las pequeñas discriminaciones estamentales.
El descubrimiento de la comunidad homosexual significa la apertura a un mundo en donde “la gente es como uno”, donde se recrean modos sexuales de hacer, donde se reinventan tecnologías de búsqueda de placer que enlazan la imaginación compartida. A diferencia de la heterosexualidad inculcada, cuyas prácticas y valores inundan la cotidianidad con una alegoría de símbolo naturalizados socialmente, ser homosexual no significa – exclusivamente – gustar del mismo sexo. Ser homosexual significa construirse, llegar a serlo. Los aprendizajes ocurren como juegos en el ocultamiento, pero conservan sus memorias en los cuerpos de quienes compran preservativos como parte de la experimentación de la locura. Es difícil entablar relaciones públicas, tranquilas, sin apresuramientos, “yendo despacio, sin forzar”.

Daniel Morenodionisiosartecultura@gmail.com
Tomado del libro KITUS DRAG QUEEN


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